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Mientras el viento del norte castiga su rostro, ve como el cielo, poco a poco se va oscureciendo. Las primeras estrellas, de forma timada, van apareciendo en el negro firmamento y pronto, Ludovico se acogerá en el reparador sueño. Un sueño que no le deja descansar en paz, desde que le llegó noticias  de los pueblos del sur, anunciando la llegada unos extranjeros con extraños ropajes y extraño lenguaje. Solo pidió a Dios, que les protegiera de esos bárbaros, en el caso de que fueran hostiles. De todos modos, el conde Casio, señor de las tierras del Ebro, tendría que negociar con ellos.

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