AMARRE

Al retirarse la capucha, su rostro fue iluminado por la cálida luz de las velas, esparcidas por toda la estancia. Aquel lugar le producía escalofríos, a pesar de estar bien iluminada. Su corazón latía tan rápido, que dudó por unos instantes, si seguir su plan o dar media vuelta y regresar a su hogar. Una mujer, de poco más de cuarenta años, sonreía y cortesmente, le señaló con una mano una vieja silla. Jimena titubeó unos instantes y con decisión, tomó asiento. Mientras veía a la mujer preparar todo, Jimena permaneció con la mirada pérdida sobre la llama de una vela próxima. Sus pensamientos comenzaron a remolinarse dentro de su mente hasta detenerse en unos acontecimientos ocurridos dos semanas atrás
Su hermano mayor, Armando, había recibido una misiva de un viejo amigo de milicias, Alonso de Leiva y Leyre. Un noble descendiente directo del rey Alfonso X el Sabio. El corazón de Jimena aceleró su latir cuando vio aparecer a Alonso, sobre su magnifico caballo de origen árabe, en el patio de armas. Era tan guapo y apuesto, que cuando se lo presentó su hermano no pudo articular palabra, tan solo se limitó a sonreír tontamente. Cada vez que se cruzaba con él o lo veía desde una ventana, suspiraba y ensoñaba que se casaba con él. Había pasado dos días, cuando se enteró que Alonso estaba prometido y que su amada se dirigía a su encuentro. Los celos la cegaron y sitió odio, rencor. Volvió a la realidad, cuando la mujer le pidió una prenda de Alonso. Todo estaba dispuesto para el conjuro, un amarre amoroso. La mujer le advirtió de las consecuencias del hechizo,  pero Jimena le exigió que hiciera su trabajo, tal y como estaba planeado. Tras realizar el hechizo, Jimena sonrió feliz.
Al día siguiente, Alonso esperaba nervioso la llegada de su prometida, se estaba retrasando. Inquieto, salió en su búsqueda junto a Armando. Dos horas después, Jimena vio desde la torre de homenaje, a Alonso con lágrimas en los ojos y entre sus brazos llevaba el cuerpo sin vida de su prometida. Por lo que comentó la escolta, una serpiente se cruzó en el camino y el caballo se encabritó, tirándola al suelo. Su cuello se golpeó con una piedra y se desnucó. No pudieron hacer nada, ya que todo fue muy rápido. Tras las exequias, Alonso se convirtió en un hombre sombrío y solitario. Fue entonces, cuando Jimena entró en acción. Poco a poco, Alonso se fijó en ella, hasta tal punto que cayó rendido a sus pies. Seis meses después, se celebró la boda por todo lo alto. El sueño de Jimena, por fin, se hizo realidad. La noche de bodas, no fue como imaginaba. Al principio, todo iba bien, hasta que Alonso desató su pasión, a tal extremo, que Jimena terminó llorando y dolorida bajo el vientre. Aquello fue repitiéndose noche tras noche,  llegó a tal punto que ya no sentía nada. El asunto fue a peor. Alonso la encerraba en la alcoba siempre que salia de caza o era requerido por algún asunto importante. Solo salia, cuando él se lo permitía,  y era en pocas ocasiones. Nunca la dejaba sola, ni permitía que hablara con otro hombre, aunque fuera su propio hermano. La quería solo para él. Su vida con Alonso se había convertido en una auténtica tortura. La mayor parte del día, permanecía llorando, sin fuerzas para vivir. Odiaba a su marido. Una noche, ella se encontraba en la alcoba, peinándose para disponerse a dormir. Lo que veía en el espejo, ya no era la joven soñadora de un año atrás. Su rostro estaba demacrado y entristecido, era como si hubiera envejecido diez años de golpe. Aguantaba con melancolía su vida con Alonso, una vida que ella había forzado a través de magia. Esas eran las consecuencias de su deseo. Sus pensamientos fueron interrumpidos, en el momento en que la puerta se abrió de un golpe. Alonso apareció en el umbral, borracho y lleno de lujuria. Se aproximó a Jimena y cogiéndola con brusquedad de un brazo, la lanzó sobre la cama. Forcejearon unos instantes, ella logró coger la palmatoria que descansaba en la mesilla. Le arrojó la cera fundida de la vela a la cara de Alonso. Éste, se apartó momentáneamente, soltó a Jimena para retirarse la cera de la cara. Acto que ella aprovechó para escapar. Con rapidez, cogió una daga que tenia escondida en el tocador. En ese momento, Alonso se incorporó y ella salió corriendo por los pasillos  del castillo. La luz del plenilunio invadía los tétricos y fríos corredores. Alonso fue detrás de su esposa, gritando su nombre y fuera de sí. En el instante que la alcanzó en las escaleras que descendían al patio de armas, los criados vieron, aterrorizados lo que ocurrió a continuación. Alonso, enloquecido, agarró a Jimena por el cuello, gritándole que ella le pertenecía. Ella, a pesar que le faltaba el aire a sus pulmones, pero llena de valor, clavó la daga en el corazón de su marido. Su rostro se contrajo al sentir un profundo dolor en el pecho y aflojó las manos un poco. Al soltar a Jimena, ésta echó un pie atrás, tropezando con el peldaño y fue cayendo escaleras abajo hasta que su cuello se partió en el último escalón. Alonso yacía en el suelo, arriba en las escaleras, muerto. 
El castillo no tenia fin. Jimena corría y corría, pasando una y otra vez por aquel pasillo interminable. Su alma quedó atrapada entre el mundo de los vivos y el de los muertos, a causa del amarre amoroso. Persiguiéndola para toda la eternidad, su esposo, Alonso, que no paraba de llamarla, una y otra vez, una y otra vez...con gemidos espantosos y fantasmales.

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